FOREIGN POLICY “Finish What You Start” (Spanish) by Srdja Popovic and Robert Helvey

Published:

April 9, 2012

Terminen lo que comienzan

Derrotar a un dictador es un gran logro. Pero es solo el inicio de una transición exitosa a la democracia.
2011 fue un mal año para los malos tipos. De hecho, si alguien hubiera predicho a fines del 2010 que, en los siguientes doce meses, Mubarak de Egipto y Ben Ali de Túnez se retirarían y serían procesados, que Gadafi, Kim Jong Il y Osama Bin Laden estarían muertos y que Ratko Mladic estaría en la cárcel, nadie lo habría creído.

Se ha escrito mucho sobre las revoluciones no violentas impulsadas por los movimientos de los jóvenes del “poder de la gente” en Túnez y Egipto. Su unidad, planificación y disciplina no violenta inspiraron otra media docena de movimientos no violentos, plantearon el primer desafío serio en décadas a las dictaduras, y llevaron a los líderes en Marruecos, Jordania e incluso Birmania a prometer reformas, lanzar conversaciones con partidos de oposición prohibidos y reformar constituciones. Alentaron a decenas de miles de rusos a exigir elecciones libres y justas el invierno pasado en las protestas más grandes en todo el país desde la caída de la Unión Soviética.

2011 fue el año en el que la lucha no violenta masiva demostró su valor como herramienta para derrocar a dictaduras brutales y duraderas. Sin embargo, los movimientos activistas no han tenido tanto éxito cuando tiene que ver con instalar y mantener formas democráticas de gobierno.

A fines del año pasado, más del 90 por ciento de los tunecinos registrados votaron en las primeras elecciones libres en casi 30 años. El mismo mes, sin embargo, las calles de El Cairo fueron testigos de escenas feas de violencia sectaria y una ofensiva militar contra los manifestantes. Ese sorprendente contraste debería hacernos preguntar por qué.

Podemos encontrar una analogía útil en las palabras del presidente John F. Kennedy de 1961, cuando describió el objetivo del programa espacial de Estados Unidos como “aterrizar a un hombre en la luna y devolverlo a la Tierra de manera segura”. Parece que algunas de estas revoluciones no violentas se han limitado únicamente a eliminar a los regímenes establecidos sin pensar mucho en lo que iba a seguir. En otras palabras, se han enfocado en aterrizar a un hombre en la luna sin considerar el viaje de regreso.

La derrota del régimen establecido es solo un componente de varios de una revolución democrática exitosa. Esencial también es la creación de un nuevo gobierno democrático y protegerlo de la amenaza potencial de un golpe de estado. ¿Cómo explicamos la fragilidad o el fracaso de algunas de las revoluciones no violentas después de tan valientes luchas para eliminar las dictaduras? ¿Cómo es que los activistas no pudieron mapear una estrategia para la transición a un gobierno democrático y los medios para sostener ese cambio?

Las transiciones políticas son difíciles de entender, especialmente desde el exterior, pero hay varios pasos que son obviamente indispensables cuando se trata de organizar un movimiento no violento exitoso.

1. Tener una visión clara del futuro.

Primero, los movimientos deben tener una visión de lo que quieren lograr. Tienen que responder a la pregunta: “Al final de esta lucha, ¿qué será diferente y quién se beneficiará?” Hay muchos aspectos en esto: ¿Cómo se limitará el poder ejecutivo? ¿Cómo se protegerá el sistema judicial de la corrupción? ¿Qué derechos insistirá la gente que sean protegidos inequívocamente? Una imagen clara de esta forma puede servir no solo como guía en la lucha en contra de un opresor, sino también como un plan útil para construir un nuevo gobierno democrático.

Algunas de las historias de éxito son ilustrativas. En Sudáfrica, los reformadores democráticos definieron los principios para una sociedad de la futura desde el principio. En 1955, el Congreso Nacional Africano envió a decenas de miles de voluntarios para cubrir el campo para recolectar “demandas de la libertad”. El resultado de esta campaña pública masiva fue la famosa “Carta de la Libertad”, que pedía el fin del gobierno del apartheid y la igualdad para todos los ciudadanos. Esto indudablemente ayudó a establecer principios claros para la lucha que resultó en el establecimiento de la democracia sudafricana de hoy.

Luego está el caso de Serbia después de la Revolución de los Tractores de octubre del 2000 y la derrota consecuente de Slobodan Milosevic. Las fuerzas líderes del movimiento, que incluían la Oposición Democrática de Serbia, el movimiento no violento de los jóvenes Otpor, y varios grupos de la sociedad civil, también tenían una clara “visión del futuro”. Lo definieron en un manifiesto de 1998 que describía la necesidad de elecciones libres y transparentes, la libertad de los medios, la libertad de expresión, las buenas relaciones con los vecinos Croacia y Bosnia, y una hoja de ruta para ser miembro de la Unión Europea. Hoy, tras enfrentar muchos desafíos (incluido el asesinato en 2003 de su primer primer ministro democrático, Zoran Djindjic), Serbia continúa siguiendo estos objetivos originales.

2. Mantener la unidad

Los tres principios de la unidad, la planificación y la disciplina no violenta son claves del éxito en cualquier lucha no violenta en contra de los regímenes autocráticos. Los estrategas del movimiento de derechos civiles en los EE. UU. se construyó sobre la unidad de activistas blancos y negros. La campaña de Harvey Milk por los derechos de las minorías sexuales se centró en una alianza de los homosexuales y los heterosexuales. En 2000, 18 partidos de oposición serbios se unieron en apoyo de un solo candidato a la presidencia, Vojislav Kostunica, en contra del dictador Milosevic. La unidad fue un componente clave del éxito en todos estos casos.

Hay muchos ejemplos en los que estas alianzas fueron abandonadas y las antiguas divisiones volvieron, a veces en cuestión de semanas o meses después de que la gente “abandonara la calle”. En Ucrania, dos políticos destacados en la Revolución Naranja de 2004 (que tumbó pacíficamente el antiguo liderazgo al estilo soviético), Viktor Yushchenko y Yulia Timoshenko, se enfrentaron dentro de la coalición recién elegida. En 2010, tanto Yushchenko como Timoshenko perdieron la presidencia ante Viktor Yanukovich, su oponente original en la Revolución Naranja. Del mismo modo, Egipto vio violencia religiosamente motivada en contra de los cristianos coptos a pesar de la victoria sobre la dictadura de 30 años de Mubarak. La lección que se debe aprender es que construir un movimiento basado en la lucha contra un enemigo común significa que derrotar a ese enemigo elimina la razón de ser del movimiento y disminuye su capacidad para reconstruir el sistema. No hay que perder de vista el premio: la “visión del futuro”.

3. No asumir “Game Over” una vez que el “tipo malo” sea derrotado

Muchas campañas no violentas fracasaron porque no fueron suficientemente lejos: eliminar a los “tipos malos” como obstáculo para el cambio es solo un paso, aunque importante, en un proceso más grande. Para garantizar el éxito, el público debe comprender que la lucha no termina cuando un tirano es derrotado y pierde el poder; termina recién cuando un gobierno democrático está en su lugar y puede defenderse de un golpe de estado.

La experiencia reciente muestra ejemplos de lo que puede suceder cuando las revoluciones democráticas no anticipan los desafíos que enfrentan. Durante la Revolución de los Cedros de febrero del 2005, la juventud libanesa unió y movilizó varios elementos de la sociedad libanesa. Lograron botar a las tropas sirias ocupantes y forzar la renuncia de los funcionarios del gobierno pro-sirio después de décadas de sangrienta guerra civil, todo sin disparar una sola bala. Sin embargo, a esta revolución pacífica siguió una crisis política y de nuevo violencia sectaria, terminando con el establecimiento del gobierno dominado por Hezbolá que sigue gobernando hoy.

En febrero del 2012, el presidente democráticamente elegido de las Maldivas, Mohamed Nasheed Anni, fue depuesto en lo que parece haber sido un golpe de estado organizado por el ejército y la policía. Ese giro de eventos amenazó con negar una transición notablemente exitosa que comenzó en 2008, cuando un movimiento no violento logró eliminar al líder militar del país y allanó el camino hacia la elección de un nuevo presidente, quizás el cambio más notable hacia la democracia en el mundo musulmán de la última década. Casos como éstos deberían servir como cuentos de advertencia para los activistas democráticos.

4. Mantener la iniciativa

Los vacíos de poder son transitorios por su propia naturaleza. Puede haber varios grupos a la espera para llenar el vacío creado por las revoluciones. Las organizaciones fuertes suelen tener las mejores posibilidades de tomar la iniciativa. En algunos casos, esa institución puede ser uno de los pilares del régimen anterior (como las fuerzas armadas en Birmania o Egipto). Por lo tanto, los movimientos que desean tener éxito deben comenzar desde el inicio con el desarrollo de una estrategia que tenga en cuenta las capacidades de estos “pilares de poder”, tanto como la demografía, la infraestructura, la geografía y las relaciones con los actores externos. Lo más importante es asegurarse de la fuerza de las figuras y el personal de la oposición que podrán establecer relaciones de trabajo con los miembros de estas poderosas instituciones. Tales contactos son esenciales para prevenir futuras luchas de poder entre estos grupos.

En Egipto, el éxito de los 19 días del “blitzkrieg no violento” que derrocó a Mubarak dio paso a un interregno dominado por el Consejo Supremo de las Fuerzas Armadas. Las fuerzas motrices detrás de la caída de Mubarak el invierno del 2011 – grupos de jóvenes laicos – han sido relegadas a los márgenes.

Parece que los activistas de la plaza Tahrir no anticiparon el desafío planteado por las dos instituciones más organizadas en Egipto: el ejército y la Hermandad Musulmana. La creciente distancia entre Mubarak y los militares, su principal pilar de apoyo, debería haber alertado a los organizadores de Tahrir para planificar una defensa en contra de la amenaza del ejército usurpando su revolución.

Por lo contrario, la estrategia de la Hermandad Musulmana era bastante efectiva. Al igual que el ejército, creía que era incapaz de oponerse con éxito al presidente Mubarak y esperó pacientemente a que el movimiento no violento derrotara al régimen. Tanto el ejército egipcio como los islamistas son grupos fuertes, disciplinados y experimentados, listos para aprovechar cualquier oportunidad para tomar el poder. Una vez más, esta amenaza potencial era ampliamente conocida entre la población, y los activistas en favor de la democracia deberían haberla anticipado. Tanto para el ejército como para la Hermandad Musulmana, la pérdida de la iniciativa después de la derrota de Mubarak brindó la oportunidad de explotar el éxito del movimiento del “poder de la gente” y redirigirlo lejos de sus objetivos originales y hacia sus propios objetivos.

En consecuencia, los activistas deberían haber continuado con acciones directas no violentas para mantener al público movilizado y capaz de exigir cambios importantes, como crear un gobierno nacional interino, celebrar un referéndum sobre una nueva constitución, liberar a todos los presos políticos, votar en elecciones libres y justas, y ponerle fin a la censura. Al disolver el público movilizado y abandonar el centro político y geográfico de la revolución (la plaza Tahrir), el movimiento democrático permitió la creación de un vacío que fue llenado inmediatamente por el ejército y la Hermandad Musulmana. Éste fue precisamente el momento en el que se pudieron lograr las ganacias mayores y más duraderas.

5. No pongan toda su fe en nuevas élites

Una de las razones por las cuales las revoluciones no violentas exitosas a veces fallan durante la transición es la creencia ingenua de que el verdadero cambio político debería estar en manos de las élites y los individuos carismáticos. Los líderes del movimiento no violento a veces abandonan la escena después de que el dictador se fue y se instaló un nuevo gobierno, solo para darse cuenta más tarde de que abandonaron el campo demasiado pronto. La corrupción y el abuso del poder recién descubierto pueden estropear los logros positivos de las revoluciones no violentas exitosas. Casi diez años después de la Revolución Rosa de Georgia de 2003, que trajo reformas sin precedentes al pequeño ex estado soviético, el presidente Mikhail Saakashvili está acusado de recurrir a métodos autoritarios.

Los movimientos democráticos deberían mantener a los gobiernos recién elegidos bajo presión pública y responsables desde el primer día. El caso de Serbia es nuevamente instructivo. Apenas unas semanas después de que Milosevic fuera derrotado, cientos de vallas publicitarias aparecieron en las calles de Belgrado con la imagen de una oruga (el símbolo de la revolución) y un mensaje que la acompañaba: “Compórtate, te estamos mirando”. Serbia, en ese momento, tenía 4300 tractores registrados y alrededor de 6 millones de posibles conductores. Entonces, el mensaje dirigido al nuevo gobierno electo fue claro: “No se olviden de que el gobierno debería responder a la gente”. Después de todo, el poder absoluto corrompe absolutamente. Incluso si la revolución no violenta trae un gobierno democrático, la sociedad civil debe permanecer vigilante y hacer que cada futuro gobierno rinda cuentas. Entonces llegará la democracia.

Los acontecimientos de 2011 han demostrado que la lucha no violenta puede ser una herramienta eficaz para desafiar a los autócratas. Las técnicas básicas de tal lucha, sobre todo los principios básicos de la unidad, la planificación y la disciplina no violenta, ahora son ampliamente conocidas por los activistas democráticos en todo el mundo. El mismo enfoque estratégico debería aplicarse ahora también al problema de la transición. Tan pronto como los activistas lograron la victoria sobre un dictador, se enfrentan a una inestabilidad persistente, conflictos religiosos, golpes militares o corrupción política debilitante. Sin embargo, la experiencia nos muestra que estos problemas pueden ser evitados o confrontados con éxito si se abordan temprano en el proceso de planificación.

Prevenir golpes de estado contrarrevolucionarios, instalar un gobierno democrático a través de elecciones libres y transparentes y construir instituciones democráticas duraderas son, por supuesto, parte de un proceso a largo plazo, uno que es notablemente menos “sexy” que enfrentar a un dictador impopular. Sin embargo, los movimientos exitosos deben tener la paciencia, el aguante, el enfoque y el coraje para seguir construyendo nuevas sociedades, incluso cuando las luces y las cámaras se hayan ido.